viernes, 9 de octubre de 2015

XIX Media Maratón de Alcázar de San Juan, memorial Mariano Rivas Rojano.

    Querido nieto, en mi larga vida he obsevado que existen diferentes tipos de corredores: aquellos que corren para obtener la victoria sobre otros, los que solo buscan la experiencia de participar y aquellos que sueñan con vencerse a sí mismos y explorar sus límites. Entre estos últimos es donde conocí a los más fascinantes atletas, atletas eternos; los que corren toda la vida, los que corren incluso de viejos, sonriendo alegremente a los más jóvenes. Aquellos que aprendieron a paladear sus victorias para seguir corriendo.
    Tu abuelo, que te quiere y que ha depositado en tí grandes esperanzas. Helsinki 1980. (Emil Zátopek, no necesita presentación).
    Con esta carta de un gran atleta dirigida a su nieto venía grabada la etiqueta del vino con el que fuimos obsequiados el pasado domingo en Alcázar, tras disputar la media maratón. La estuve leyendo mientras saboreaba un generoso vaso, cenando, al tiempo que analizaba mi mal rendimiento en la carrera.
    Sin duda me identifico con los atletas que menciona, y la prueba de ello, es que, a pesar de ser conocedor de mi capacidad, el domingo corrí intentando vencerme a mí mismo, intentando explorar mi límite. Y lo conseguí, ¡vaya que si lo conseguí!; estaba justo en el kilómetro 6.
    Cualquiera de los que haya leído mis crónicas puede preveer el comienzo de las mismas (me refiero al momento en el que suena el disparo y empezamos a correr). Siempre menciono a los osados que salen demasiado rápido y que poco a poco, van apagándose, arrastrándose hasta llegar a la meta. Pues esta vez me ha tocado a mí. Esta vez he sido yo el que, tras haber planeado un ritmo acorde a mi estado de forma, salió más deprisa, embriagado por la buena compañía (Uti y Juanje) y pensando: "oye, igual suena la flauta". Sonó, claro que sonó, pero desafinando. Como he puesto antes, a partir del kilómetro 6 ya no era dueño de mi ser. Me iban adelantando corredores a montones, me costaba incluso ir en línea recta. No ha sido la primera vez que pienso en abandonar, recuerdo perfectamente que las sensaciones que tuve en Segovia fueron bastante parecidas, aunque allí, el desnivel acumulado y el ritmo bastante más alto, tuvieron buena parte de la culpa. Mi hermano grabó estas impresiones el domingo (gracias, por cierto, por estar ahí):
    Podréis entender que, a día de hoy, mi subsconsciente haya borrado la mayor parte de la carrera, ya que, cuando uno tiene la mirada fija en un maratón a poco más de un mes, cualquier experiencia negativa de este tipo no aporta nada bueno.
    De lo poco que (quiero) acordarme, es de ir esperando a algún compañero del club para intentar llegar a meta con él; los dos más cercanos eran Alfonso e Isidro. Fue este último el que, en una gran remontada, me dió caza sobre el kilómetro 20. Al rebasarme preguntó por qué iba tan flojo. Apenas me dió tiempo a contestar que había sufrido una gran pájara... siguió hacia adelante como un sputnik!!! Traidor! (pensé yo) cómo puede hacerme esto?! Está claro que sus intenciones eran cruzar el arco por delante de mí, no dar un frenazo para acompañar al pobrecito Eladio... Pocos segundos después me adelanta un grupo de unos cuatro corredores. Como puedo me pego a ellos. Y así como por arte de magia, no sé de donde salieron fuerzas para volver a alcanzar a mi compi, cerrando el kilómetro más rápido de toda la media. Pasamos juntos la meta, mirándonos de reojo, vigilando un último sprint final, que no habría servido nada más que para apuntillarme y dejarme roto por completo ('maldita competitividad la mía!). Por supuesto, después nos reíamos y bromeábamos los dos mientras compartíamos impresiones con los demás laguneros.
    Poco más de noventa y dos minutos han hecho que ponga los pies en el suelo, que no mire más allá de lo que verdaderamente puedo correr, que me piense bien lo de ir a tres horas justitas en Valencia ... bueno, si mi actual marca en maratón es 2:59:58... ¿por qué no intentarlo?