Levaban ya tres días en Villafranca con una niebla cerrada, muy cerrada. Es habitual que en esa época del año la niebla cubra todo el pueblo, incluídas las lagunas, pero tan solo por unas horas; esta vez eran tres días, aquello parecía un lugar sacado de una historia de terror.
Nuestro afamado deportista disponía de un par de horas libres, no podía dejar pasar la oportunidad de salir a entrenar. Bien ataviado de guantes, gorro y bufanda tubular, también unas gafas con cristal anaranjado, que impide que los ojos sufran con el frío y facilitan la visión con la espesa niebla.
A sabiendas de que el resto de la semana apenas podría salir a correr, se dispone a hacer una salida larga, casi quince kilómetros. Tendría que ir a las lagunas, rodearlas en el sentido contrario a las agujas del reloj, pasar por el caz, cerca de la reja, la casa de la dehesa y las ermitas del Rocío y San Cristóbal. Tantas veces pasa por allí que conoce hasta el último bache del camino.
El ritmo es el de siempre, no es rápido, pero a alguien que no esté acostumbrado a correr le costaría seguirlo. Los primeros kilómetros van de lujo, 'buenas sensaciones', como dicen los atletas habituales. Por una vez, parece que los dolores de rodillas no van a aparecer.
Poco antes de llegar al cruce de caminos que lleva a la desaparecida Casilla de Santiaguillo empieza a pensar que lleva ropa de más, y eso que sólo se ha puesto un maillot de manga larga y un cortavientos. La bufanda tubular alrededor del cuello empieza a sobrar. Decide dejarla en su sitio, pues si en este momento se la quita y la guarda en un bolsillo, el sudor que lleva impregnado se enfriará y en caso de volver a necesitarla la sensación al ponerla nuevamente en el cuello será muy desagradable.
Durante todo el trayecto no se cruza con nadie. Es curioso, pues, aunque es viernes, siempre hay vecinos paseando. Claro que, con esta niebla, igual se ha cruzado con alguno y no lo ha visto, piensa en tono sarcástico mientras continúa dando sus largas zancadas de nuevo por el recinto lagunar.
Parque lineal las lagunas. Su circuito de entrenamiento favorito. Bien poblado de árboles en todo su trayecto. A esta altura del año los chopos se muestran desnudos, parecen indefensos. Al pisar las hojas a su paso, el sonido le recuerda al crepitar de las llamas de un fuego. Curiosamente, ha dejado de correr con mp3 para poder disfrutar de estos pequeños ruidos, de su respiración, de la fauna (mayormente aves) que puebla las lagunas, de ... ¿que es eso? ... justo detrás de él se oyen unas pisadas, se oyen esas hojas 'crepitando'. Antes de volver la cabeza piensa que no puede ser otro corredor, al menos conocido, pues los que corren a esa velocidad (o más) ahora están trabajando. Entonces ¿quien es?, se interroga curioso.
La caída que sufrió con la bici unas semanas antes le ha dejado el cuello dolorido, así que para mirar atrás tiene que girar casi todo el cuerpo. Pues nada, ahora que no hay piedras ni riesgo de chocar con un pino, gira.
Pero no da crédito a lo que tiene ante sus ojos, apenas a unos metros detrás de él. Horrorizado, petrificado por el frío y el pavor, apenas es capaz de controlar su cuerpo; pero un instinto de supervivencia hace que en el último momento vuelva a girar sobre sí mismo y a correr como nunca lo ha hecho. Ahora la respiración ya no es acompasada, las zancadas no se controlan, los brazos suben y bajan de manera violenta ... no está corriendo ¡huye!
En la retina se le ha quedado grabada la imagen de sus fauces, de su pelo negro y sus garras pisoteando las hojas caídas de los chopos, de la saliva que salpica su boca hambrienta. Nunca había visto un animal tan grande, pesaría al menos 200 kilos. Pero, ¿que es?, ni siquiera está seguro de saber que lo persigue, que es lo que trata de convertirlo en su almuerzo.
Entonces aparece el primer edificio del pueblo, gira en esta esquina y gracias al asfalto puede aumentar más la velocidad. Sin darse ni cuenta mira el pulsómetro: ¡210! está a punto de caer derrumbado, no puede seguir, le falta el aire, las piernas no dan más de si ... entonces se oye un gruñido, un mordisco al aire ... la fiera se ha rendido antes que él, ha dejado de perseguirle ... por esta vez se ha librado. Mañana ¿volverá? seguro que si.
La idea de contar un relato diferente me surgió el viernes cuando, efectivamente, escuché pisadas detrás de mi. Era la propia arena que llevaba pegada a mis zapatillas la que caía sobre las hojas de los chopos, simulando pisadas. Espero que le guste a mis lectores.
La foto es del trofeo que me dieron ayer en la III Gala del Deporte celebrada en Villafranca.
3 comentarios:
¡Genial y distinta entrada del blog! gracias Eladio. Por cierto, alguna vez me ha pasado eso de sentir pisadas en las hojas y ser la arena...
Un saludo.
Me alegro de que te haya gustado. Intentaré escribir más cositas de esta forma.
Me encanta. Sabes que estas cosillas me gustan mucho. La imaginación es libre, y, ¿en el fondo...qué es verdad y que es mentira, y quién nos asegura que...??????
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