martes, 17 de noviembre de 2015

XXXV Maratón Valencia Trinidad Alfonso

    El viaje comenzó el año pasado. La idea era buscar un maratón lo más llano posible para batir mi mejor marca en la distancia (2:59 en Madrid). El 3 de febrero ya estaba inscrito a Valencia. Pero más de seis meses de lesiones continuas me hacían dudar del objetivo principal. La parte positiva era que seríamos muchos laguneros los que correríamos, así que tenía compañía asegurada, y eso te da un plus en una carrera tan larga.
    Después de febrero la cosa no mejoró en absoluto. Aunque seguía entrenando y participando en carreras, mi estado de forma había bajado bastante, y para colmo, las lesiones no cesaban. Las últimas fueron unas molestias en isquios y aquiles. Una buena tarde, entrenando con Coco y Uti, decidí no parar, a pesar del dolor. Si había que regalar el dorsal de Valencia, se regalaba, pero ya no aguantaba más. Por lo visto, mi cuerpo necesitaba más kilómetros, más caña, porque desde ese día, todo fueron mejoras.
    Adapté el entrenamiento para intentar hacer tres horas justitas, muy cerca de mi mejor marca. Todo iba sobre ruedas, y a pesar del batacazo en la media de Alcázar, comencé a asimilar entrenamientos de forma increíble. Por fin, todo venía de cara.
    Pero el maratón necesita muchos factores a favor y ninguno en contra, así que nada de tirar cohetes. La experiencia me dice que tan solo un detalle negativo y adiós carrera. En la semana de tapering, resfriado. A pesar de ello, la moral estaba muy alta, ya que iba a ir acompañado del mejor corredor de maratones de Villafranca de todos los tiempos, el amigo Uti, y su templanza me haría regular a la perfección para, al menos, acabar con garantías.
    El viaje y las vivencias con los compañeros del Club Atletismo Las Lagunas, con Marisa y Ali, lo he reflejado en una crónica paralela que podéis leer PINCHANDO AQUÍ
    Y llegó el esperado día 15. El único calentamiento que hice fue la caminata del hotel a la salida, a sabiendas de que los primeros minutos de carrera serían lentos, hasta que el grupo comenzase a estirarse. El método de posicionamiento en la salida elaborado por la organización me encantó. Entrábamos por la parte de atrás de cada cajón, y de esa forma, no había apelotonamiento; conforme llegabas, te ibas hacia adelante, sencillamente perfecto. Cinco minutos antes del pistoletazo, los 25000 participantes (entre maratón y diez mil) y el público asistente, guardamos un minuto de silencio en memoria de las víctimas del atentado en París. He de confesar que el respeto y el absoluto silencio hicieron que casi se me saltaran las lágrimas.
    Inmediatamente salieron los participantes en "handbike", y sin previo aviso, el resto. Decido pinchar el crono en ese momento, pero al movernos tan despacito se detiene automáticamente, ya que lo tengo configurado para activarse cuando ya voy trotando. No le doy mucha importancia, ya que correremos más bien por sensaciones.
    El primer kilómetro, a pesar de la aglomeración, lo pasamos en poco más de cuatro minutos y medio. Poco después ya podemos ir regulando perfectamente en las anchas calles de Valencia.
    Antes de llegar al kilómetro dos, la humedad hace que sudemos mucho más de lo habitual, pero somos expertos en estas lides y no se nos escapará ni un avituallamiento sin reponer líquidos.
    Poco a poco, la musculatura va calentando, adaptándose al asfalto. La temperatura es perfecta, y una fresca brisa mediterránea nos mantiene bien refrigerados. Después del kilómetro 7 subimos ligeramente el ritmo y en la Avda. Dels Tarongers adelantamos al práctico de las 3:15. Es en esta avenida cuando tenemos la suerte de poder cruzarnos con nuestros compañeros, primero con Fillo, que lleva un gran ritmo, y después con el grupo de Floren. Nuestros ánimos están en lo más alto, corremos alegres, la gente lee el dorsal y nos llama por nuestro nombre, tenemos muy claro que hagamos la marca que hagamos, hoy vamos a disfrutar como en ningún otro maratón. Hasta aquí el público ha sido numeroso, aunque había alguna calle algo más triste; pero pocos metros después, sobre el kilómetro 10 (que pasamos en 45 minutos oficiales), la cosa cambia totalmente; apenas se ven huecos en las aceras, la gente incluso se encuentra en la misma calzada, gritando y aplaudiendo como si fuésemos el grupo de cabeza. El único tramo que recuerdo menos concurrido (que no desierto), es el Bulevar Periférico Norte, ya que transcurre a las afueras de la ciudad.
    Subido en esta nube de positividad dejo de darle importancia al cronómetro, ya no me importa acabar en el tiempo previsto o media hora más tarde, lo que estoy viviendo ha eclipsado mi vena competitiva y la ciudad, el público y la compañía hacer que haber estado allí sea desde ese momento una victoria.
    Llegamos a la mitad de la prueba, km 21,097 en 1:34:22 oficiales y le digo a Uti que si somos capaces de doblar, a pesar de no ir a la velocidad que habíamos planeado, la marca será todavía muy buena. Por desgracia, su respuesta no es tan optimista como mi afirmación. Empieza a mostrar dudas y me dice que no lleva buenas sensaciones, que seguramente no acabará conmigo la carrera. Le contesto que de eso nada, que bajamos el ritmo lo que necesite, pero que no voy a abandonarlo.
    En el kilómetro 24 están esperando nuestras chicas. Nos colocamos en el lado izquierdo y a unos 200 metros ya distingo a Ali entre la gente. Comienzo a agitar los brazos para que nos localicen e inmediatamente las veo saltando.


    La alegría es tal, que no dejo de mandarles besos.
    Mas este subidón dura bien poco. Uti ya va unos centímetros por detrás, y esto solo significa que le cuesta ir a mi ritmo. No dejo de darle ánimos, pero en el avituallamiento del kilómetro 25 se frena bruscamente y se despide de mí. Sus palabras de aliento consiguen convencerme y continúo sin él, esperando que en cualquier momento logre alcanzarme de nuevo, cosa que desgraciadamente no sucederá.
    A partir de ahora comienzo una carrera totalmente diferente. El recuerdo del atleta fallecido en la última edición de la Behovia me hace ser más prudente, si cabe, y no aumentar el ritmo que llevo. Empiezo a controlar el pulsómetro y veo que todavía estoy en "buenas condiciones", por debajo de 160 ppm, bien.
    Antes de llegar al kilómetro 30 tengo la suerte de coincidir con una pantalla gigante en la que se retransmite en directo el final de la carrera. Un corredor que va a mi lado comenta conmigo lo espectacular del récord en suelo español conseguido, 2:06:13, batido por el keniano John Mwangangi.
    "No puede haber más gente animando" pensaba yo ... y estaba equivocado. Conforme pasan los metros, más público inunda las calles; es tal, que hay tramos en los que no cabemos tres corredores en paralelo. Aunque haya a quién eso le parezca molesto, el hecho de que te animen llamándote por tu nombre, de que ni siquiera pudiera escuchar el pitido del gps al paso de cada kilómetro, hace que las pocas ganas que te quedan ya de correr desaparezcan por completo y que lo de "la soledad del corredor de fondo" sea únicamente un estado mental. De veras que es imposible detenerse ante tal desbordamiento de aplausos. Claro que esa es mi apreciación personal ... cualquiera que haya corrido o presenciado la parte final de un maratón, sabrá que más de uno tiene que ponerse a andar (si los calambres y las fuerzas lo dejan, claro).
    Desde hace varios kilómetros me lleva doliendo un dedo del pie, concretamente el lugar donde debería encontrarse la uña. Voy convencido de que se me ha caído y habrá una buena carnicería ahí debajo. Las ingles y las axilas también me escuecen bastante, ya que el sudor ha derretido la vaselina que me di a primera hora y no encuentro en ningún avituallamiento donde darme una buena mano de lubricante. Afortunadamente, adelanto a un ciclista de la organización que lleva un tarro y me unto generosamente las zonas doloridas.
    Cuando creí que ya no me encontraría al tío del mazo, orgulloso de mí mismo, de haber sabido regularme, zasca!! "en to la boca"!! justo antes de llegar a la plaza de toros, el lugar que nos había augurado Floren...

    Por suerte, con tal cantidad de gente animando, el temido momento que odia todo maratoniano se hace más llevadero. Uno tira de experiencia, conocedor de que, con un poquito de aguante, la sensación de flojera irá desapareciendo y la proximidad de la meta hará que las piernas no necesiten ninguna orden del cerebro, ni del corazón, para terminar.
    En el momento que distingo la bellísima Ciudad de las Artes y las Ciencias, respiro tranquilo, me dejo llevar por el griterío y acelero suavemente. En las últimas curvas, cuando creí que no podía sonreír más, escucho los gritos de un grupo de laguneros entre los que se encuentran Sonia, Jesús, Elena, Petra...
    Un pequeño esfuerzo más y la espectacular e inigualable meta de Valencia queda atrás, quedando así completado mi sexto maratón con un tiempo neto de 3:09:24. La única idea que me ronda desde ese momento es que voy a tardar bastante en volver a correr los 42 kms ... o no??
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